viernes, 11 de junio de 2010

MOVILIZACIÓN DE LA IZQUIERDA.



Cuando hablo de la izquierda me refiero a todos los hombres y todas las mujeres que tienen un sentido de justicia redistributiva de la riqueza que se genera, y lo quieren hacer patente con unas leyes y un sistema político que lo asegure. Hablo de riqueza y no me refiero exclusivamente al aspecto mercantilista y materialista del término, sino más bien al conjunto de servicios sociales y derechos en el ámbito de la igualdad, la solidaridad y la práctica ética que debería ser la actitud de todo buen gobernante.

Bien, pues esa izquierda social está, lleva ya demasiado tiempo, desmovilizada. No sin razones. Ha sufrido muchos desencantos sobre todo en personas que formando parte la dirección del primer partido de la izquierda en España, dejemos las etiquetas socialdemócratas aparte, las cuales están clarísimamente contaminadas por mercado neoliberal imperante. Me refiero a Izquierda Unida.

Es cierto que algunos miembros de sucesivas consejos políticos federales de IU, tal vez por disputas internas donde han sido derrotados o por el cese paulatino de la ideología primitiva, han dejado la militancia social o simplemente se han retirado a sus palacios de invierno.

El pueblo, militante o simplemente simpatizante y/o votante, es muy sensible a estas deserciones y/o transfuguismos. Es más fuerte el impacto negativo de la huida de una o un líder en el que tenía puestas esperanzas y admiración, que la noticia de la aparición de nuevos compañeros que aún están por desarrollar su liderazgo, demostrar su capacidad y su lealtad. Porque la gente militante de izquierdas ante todo ha de ser impepinablemente leal.

El movimiento social de base necesita la unión; la complicidad del compañero y la compañera y del camarada que se encuentra en la calle y con el que intercambian impresiones, pero también con aquel que de vez en cuando leemos en los periódicos, escuchamos en la radio o vemos en televisión (algo poco frecuente con los políticos de nuestra formación y no será por falta de ganas o porque no tengamos nada que decir desde Izquierda Unida).

Pero ante todo el individuo de izquierdas ha de ser libre. Porque ser de izquierdas no es ninguna imposición. No es dogma teológico de fe, ni nada por el estilo. Es una necesidad antropológica que tiene el ser humano de sentirse cada vez más racional, de evolucionar. Siendo consciente de sus instintos primarios irracionales y saber aceptar sólo los éticamente correctos. El hombre de izquierdas necesita, le va su existencia en ello, unirse a su semejante. Para ello ha de saber quien es su semejante, o sea, ha de ser consciente de quien es él mismo. Si no, será muy difícil acertar a quien tiene que unirse.

Ha de comprender que las desigualdades inherentes al ser humano nos dividen en clases sociales, aunque se quieran ocultar o disfrazar por parte del neoliberalismo de mercado. Los cánones impuestos artificialmente por éstos mediante sus poderosos medios de comunicación “culturizante”, hacen creer a cada individuo, a cada familia que teniendo un coche bonito, que probablemente están pagando todavía, que viviendo en una casa que aparentemente es suya y estarán pagando durante mucho tiempo porque si no la financiera te la quita, son de clase media.

La clase media no existe. Es más, si alguna vez existió, está desapareciendo como se marchita una flor a la que le falta el agua. Las desigualdades entre clases sociales son cada vez más grandes. Sólo existe una enorme clase trabajadora, pequeños empresarios incluidos, y una pequeña élite escandalosamente rica.

Estos cíclopes que tienen nombres y apellidos, son las grandes financieras que se zambullen en el FMI y son propietarios directos de la grandes empresas ultranacionales. Utilizan a la mayoría de los estados, en concreto a sus gobiernos, para sacar de las empresas de cada país y sobre todo con la mano de obra al mínimo coste posible, grandes beneficios que trasladarán a sus imperios fiscales protegidos a su vez por estos mismos estados.

Estos gobernantes y gobernantas, pepeles de turno, son pagados con parcelas de poder efímero que calman sus ansias egocéntricas. Normalmente, en caso de líderes socialdemócratas, su ego supera con creces a su escasa ideología.

La clase trabajadora es la más débil a la hora de exigir sus derechos tanto materiales, en forma de salarios, pensiones, etc. como sociales: educación pública, sanidad pública, justicia, etc. Tener consciencia de clase es sinónimo de unión. La unión es nuestra fuerza. Y estos derechos en España sólo pueden ser defendidos, sin ambigüedades, por una izquierda real.

Alberto Torralba Campos, secretario de organización de EU-Paiporta

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